Como cada día

Es 27 de abril. Dentro de 248 días terminará el año. Luis siempre fue excesivamente generoso con el perfume y excesivamente maniático con las costumbres. Como cada día, salió de casa a las ocho en punto de la mañana hecho un pincel y, como cada día, cogió el metro en la cabecera de la línea 2 para ir a trabajar. Siempre el mismo vagón y siempre el mismo asiento. Como cada día, al bajarse en la estación de Sevilla, dejó abandonado el periódico gratuito que ya le había dado tiempo a hojear. Siete estaciones, apenas 20 minutos. Marta siempre fue excesivamente supersticiosa y excesivamente intuitiva. Desde ese día en el que aprobó las oposiciones, siempre el mismo vagón y siempre el mismo asiento que ocupó en aquel viaje hacia el examen que le cambió la vida. Como cada día, se subió en Sevilla. Se sentó y, como cada día, encontró perfectamente doblado el gratuito. Lo cogió, lo abrió, lo leyó, lo olió y lo guardó. Un trayecto de poco más de un cuarto de hora hasta el centro de estudios en el que impartía clases. Luis llegó al cine, como siempre, con antelación. Ocupó su localidad y esperó sin prisas a que comenzara la película. Marta entró, como siempre, ya con las luces apagadas y se sentó bruscamente en su butaca, apresurada y regalándole un codazo a su desconocido compañero de fila. Al rozarle, inhaló profundamente con los ojos cerrados hasta el fondo de sus fosas nasales y lo supo. “Perdón. Disculpa y gracias por el periódico nuestro de cada día”.

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