Lo reconozco


Es 24 de julio. Dentro de 159 días terminará el año. No es un sentimiento del que me sienta orgullosa, ni muchísimo menos. Además, si fuera sana, todavía, pero os puedo asegurar que no, que no lo es, de hecho, los expertos aseguran que es imposible que lo sea. Por supuesto, hablo de la envidia, esa sensación incontrolable que te hace desear lo que otra persona tiene. Según algunas investigaciones, la envidia provoca una reacción en la región del cerebro conocida como la corteza cingulada anterior que es el área vinculada al dolor físico, lo que significa que se trata de una emoción dolorosa. Resumiendo, la envidia es inadecuada, insana, dolorosa e, incluso, pecado, y de los capitales, pero qué queréis que le haga, hoy lunes de finales del mes de julio, pienso en todas las personas que están de vacaciones y se me revoluciona cortex del cíngulo anterior. Qué le vamos a hacer, aunque, a veces, parezca divina, yo también soy humana. Prometo mirármelo y ponerle remedio porque como decía el poeta estadounidense, Wallace Stevens, “en cuanto abandonas la envidia, empiezas a prepararte para entrar en el camino de la dicha”. Pues allá voy, derecha a la dicha.




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